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27 de abril de 2016

La mansión de los abismos


A lo largo de la Historia, siempre han existido mansiones y edificios que albergaban y escondían cosas imposibles de sospechar a simple vista. La mansión de los abismos es un ejemplo perfecto de ello. Su aire tétrico y sombrío, y su cercanía a los abismos sobre el mar, no son más que un remoto indicio de lo que es en realidad.
¿Qué fatídica obsesión lleva a Théodore Bertrand, el dueño de la casa, a buscar mujeres solitarias que al compartir su intimidad parecen entrar en un trágico camino sin retorno? ¿Cuál es el oculto drama que une las vidas del misterioso y atormentado seductor, sobre quien recaen las más graves sospechas, y las de sus elegidas, que acaban desapareciendo sin apenas dejar rastro?
  Esta insólita novela de intriga explora regiones asociadas al crimen y al misterio, y renueva y abre nuevos campos a toda una tradición literaria. El lector no conocerá descanso hasta que la culminación de los hechos le descubra el reverso de una trama implacable, imaginativa y trágica.

Fragmento: 
«Cuando Gundula Erfurt recibió el mensaje de Climent de Brienne quedó sumida en una turbadora indecisión. No era para menos: a su gran inexperiencia con los hombres se unían, agravándola, su condición de extranjera y la misteriosa aureola que envolvía a su comunicante.
Clément de Brienne tenía un modo extraño de mirar a las mujeres. Las observaba a distancia, como a través de un espejo, fijamente, con una cierta ansiedad, pero sin pronunciar una sola palabra. De mediana edad, su principal atractivo residía en la mirada, servida por unos ojos verdes que acariciaban, y en su aspecto general, pulcro y cuidado, al que una elegancia algo anticuada prestaba singular realce.
En aquellos primeros días del verano de 1914, Brienne parecía llevar en París una vida retraída y solitaria que no le impedía, sin embargo, frecuentar ciertos ambientes mundanos y noctámbulos.
Se dejaba ver, con asiduidad, en las recepciones de diversas embajadas, en fiestas privadas de los círculos extranjeros, en el teatro de la ópera y en exposiciones y galerías de arte. Parecía tener predilección por las obras de carácter tenebroso.
Iba siempre solo y se mantenía en hermético silencio. Evitaba cuidadosamente los centros de atención de las reuniones. Deambulaba procurando pasar tan inadvertido como fuese posible.
No obstante, su extraño porte y su actitud distante habían despertado curiosidad y habladurías.

Pero siempre salía airoso al ser abordado por quienes pretendían averiguar algo acerca de él. Murmuraba alguna excusa amable para disuadir a los curiosos y, con sumo tacto, rehuía hablar de sí mismo y llevaba la breve conversación hacia temas impersonales que pronto se agotaban.»

Reseña en Planeta lector

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