Lucas no está preparado para..., para..., para... y claro, el tiempo se detiene cuando no consigue terminar la frase, los bordes de la realidad se comban y la vida deja de tener sentido para la pobre Clara. De nada sirve el gloss que se ha puesto para la ocasión, la ropa que ha escogido o la raya del ojo. Lucas no está preparado y ella, tonta enamorada, se acaba de quedar con el corazón roto en una mano y una declaración de sentimientos interrumpida en la otra.
¿Qué importa si su abuelo y su madre se pasan el día
enzarzados en una guerra sin sentido? ¿Qué más da que la regañen por unos
sprays de pintura que no son suyos? ¿O que suspenda? ¿O que todos sus amigos
intenten animarla? ¿O que Unai haya inventado dos nuevas versiones en las últimas
semanas sobre cómo murió su padre? Ella solo quiere recuperar al perfecto y
guapísimo Lucas, al chico por el que todas suspiran, al chico con el que sueña
en cuanto se despista, ya sea de noche o
de día. Pero, a veces, el universo se confabula para narrar una historia bien
distinta a la que nosotros hemos planeado, por mucho que queramos sentirnos los
protagonistas. Y esto es algo que Clara descubrirá pronto: que, a veces, lo más
importante no es lo que más deseamos, sino lo que ya tenemos y no sabemos
apreciar.
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