Endrina es una joven pastora de los valles pirenaicos que un
día se encuentra a dos hombres que le piden ayuda. El anciano Guillaume de
Gaurin y el joven Herni Bernat quieren ir peregrinando a Compostela, y Endrina
decide acompañarlos. Estamos en el siglo XII, por lo que los peligros son
numerosos, pero tras un largo camino llegan finalmente a Santiago, donde el
anciano es absuelto de la culpa que tanto le atormentaba: haber matado en su
juventud al hombre al que amaba la mujer que él pretendía. La despedida es
triste, pero Endrina regresa a su valle feliz de haber vivido tantas y tan
hermosas aventuras.
Así empieza
–¡Adelante, Juan sin
cuitas, atácalos! –gritaba Endrina, oculta apenas entre helechos y rocas.
Pero el perro saltaba y ladraba alegremente, sin entender el juego de su dueña.
Endrina tenía catorce años bien cumplidos y la niñez ya empezaba a marchar de su cuerpo; pero como el tiempo era demasiado largo en las empinadas laderas de los montes de Cisa, mientras cuidaba de sus vacas acortaba las horas entretejiendo emocionantes y solitarios juegos.
Alguna vez se había convertido en el Cid Campeador; otras, en el muy nombre conde Fernán González, o en Sancho Abarca, bravo rey de Navarra...
Pero el perro saltaba y ladraba alegremente, sin entender el juego de su dueña.
Endrina tenía catorce años bien cumplidos y la niñez ya empezaba a marchar de su cuerpo; pero como el tiempo era demasiado largo en las empinadas laderas de los montes de Cisa, mientras cuidaba de sus vacas acortaba las horas entretejiendo emocionantes y solitarios juegos.
Alguna vez se había convertido en el Cid Campeador; otras, en el muy nombre conde Fernán González, o en Sancho Abarca, bravo rey de Navarra...
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