Gerardo, un chico de dieciséis años aficionado al cómic y
que vive en una familia normal... salvo por una pequeña circunstancia: su padre
es Consejero de Medio Ambiente. Acostumbrado a que su progenitor comente en
casa todos los asuntos relacionados con el trabajo, y a que incluso acepte de
su hijo algunas discrepancias (lo llama en broma “jefe de la oposición”),
nuestro protagonista se queda perplejo cuando unos compañeros de clase le
comentan que, en la radio, están comenzando a decir que su padre ha sido
denunciado por corrupción.
Reacio a admitir que nadie le escupa a la cara ningún
comentario (“Yo soy el primero que pongo a parir a mi padre por su forma de
hablar en público y por muchas de sus decisiones y porque haya conseguido
parecerse cada vez más al resto de los políticos. Pero una cosa es que lo digo
yo e incluso que se lo diga a él, y otra cosa muy distinta es que lo digan los
demás”, p.10), Gerardo comienza su particular calvario. ¿Debe creer las
explicaciones de su padre? ¿Ha de confiar ciegamente en su inocencia? O, por el
contrario, ¿es legítimo que dude y lance preguntas?
Zarandeado por la incertidumbre, Gerardo intentará
refugiarse en sus amigos (que no le ayudan especialmente), en la relación con
algunas chicas (Adriana, sobre todo), en su primo Peki (en cuya casa se hospeda
durante unos días); y, sobre todo, en sus propios pensamientos, en medio de los
cuales intenta hallar la respuesta que necesita.
Dibujar un cómic que lo lleva atareado desde hace meses es
otra de sus salidas, porque en sus páginas encuentra una vía de escape para
expresar sus zozobras, sus miedos, sus esperanzas...
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